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Salvar la democracia

16 de julio 2018
Foto: foreignaffairs.com
Por Jonathan R. Maza.

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo de México en la reciente elección presidencial obtuvo un histórico resultado de 53% de los votos, según indican las cifras oficiales emitidas por el Instituto Nacional Electoral (INE), institución pública y autónoma encargada de la organización de las elecciones y que es dirigida por ciudadanos con la participación y representación de todas las fuerzas políticas del país. Sin duda alguna, tanto el resultado y la institución por si misma son un síntoma positivo de una democracia que sigue latiendo.

Ningún otro presidente mexicano había sido electo en un contexto histórico como el que se presentó el pasado 1 de julio en la jornada electoral, López Obrador es el primer presidente mexicano de la era de la transición democrática con el mayor porcentaje de votos, con más de 30 millones de los más de 56 millones que ejercieron su derecho al voto.

Una jornada con alta participación tan solo superada por la del año 2000, cuando resultó electo Vicente Fox, el primer presidente emanado del Partido Acción Nacional (PAN) y el primero de la transición democrática que puso fin a más de 70 años del viejo régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

La democracia mexicana ha cumplido dieciocho años, y con ello su mayoría de edad si tomamos en cuenta la semejanza de que en México los ciudadanos obtienen su credencial de elector a esa edad. Sin embargo, esta joven democracia tuvo un recorrido de experiencias significativas y algunas dolorosas en las décadas que precedieron a su nacimiento.

Por mencionar algunos ejemplos como la creación del PAN en 1939, el partido más importante de oposición al viejo régimen del PRI, pasando por el traumático 2 de octubre de 1968 y el nacimiento de una generación de políticos que en aquel entonces eran estudiantes universitarios cuando sucedió la matanza de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas.

También es importante señalar lo que algunos estudiosos y analistas reconocen como el inicio de la transición democrática con la reforma político electoral del año 1977, cuando desde el poder presidencial, todavía en el viejo régimen priista se promovió pasar de un esquema hegemónico controlado por el PRI-Gobierno a uno pluripartidista, que incluso dio cabida a los partidos de izquierda proscritos hasta ese entonces.

Todas estas anécdotas que más bien parecerían dignas de una historia de hazañas de mujeres y hombres con nombres y apellidos que dieron testimonio de un férreo compromiso por democratizar el poder y dotar de instituciones al país, son parte de una historia que en si misma es valiosa no solo por la profundidad de los cambios que generaron, sino porque sin ellas no podríamos comprender que hoy el primer presidente emanado de un partido-movimiento abiertamente de izquierda haya llegado al poder con tan amplio margen y con una legitimidad inusual.

A pesar de que, por joven e incipiente para algunos sea la democracia que tenemos los mexicanos, es importante conocer, comprender y valorar que los cambios que los ciudadanos seguimos anhelando pueden ser canalizados por medio del voto, como ya lo demostró la elección reciente, y que las instituciones como el INE generan la confianza necesaria para que la voluntad ciudadana exprese en las urnas sus sueños, anhelos y frustraciones con respecto al poder y quienes lo buscan conquistar.

Dos son los elementos característicos para tener una democracia fuerte, según señalan en el libro “How Democracies Die” los profesores de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. El primer elemento es la edad, la antigüedad de la democracia en un país, y el segundo elemento tiene que ver con cómo está distribuida la riqueza.

A diferencia de las personas, los años y la edad avanzada garantizan la prolongación de la vida de una democracia, pues las experiencias que viven las distintas generaciones de ciudadanos, los hitos que suscitan van construyendo instituciones cada vez más resilientes.

En términos sistémicos la vejez ayuda a la democracia, mientras que, por el contrario, la aparición de amenazas a la democracia en una edad temprana por parte de tendencias y líderes autoritarios pueden “erosionarla” e incluso llevarla a su muerte prematura.

Por otro, el fenómeno de la inequidad en las oportunidades, la injusta distribución de la riqueza y el deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos son amenazas a la resiliencia de una democracia, pues, aunque la economía es una esfera de la actividad humana distinta a la de la política, esta termina por determinar de manera importante las preferencias, opiniones y percepciones sobre la forma en cómo vivimos en la esfera de la política. Así que mientras las opciones políticas existentes puedan responder mejor a las exigencias de los ciudadanos en este sentido, más sano será para la prolongación de una vida sana para la democracia.

México tiene ante sí un reto y una oportunidad. El reto consiste en evitar a toda costa la erosión de su democracia que apenas madura, que con una corta edad ha demostrado resistir los embates de tendencias autoritarias en el pasado, y la cada vez más creciente desigualdad, pobreza y marginación de más de la mitad de su población.

La oportunidad estriba en aprovechar el resurgimiento de una especie de “bono democrático” que los mexicanos hicieron posible al usar la democracia y sus instrumentos para decidir un cambio de rumbo, una exigencia para nada despreciable por la cantidad de votantes que así lo dejaron claro.

En ambos casos, el reto y la oportunidad, corresponde, por una parte al nuevo gobierno reconocer el camino que han recorrido tanto ellos como sus adversarios políticos a lo largo de las décadas para construir un ambiente democrático y de instituciones más o menos sólidas, y por otro lado le corresponde a la oposición política de todo el espectro político y a la sociedad civil ser los garantes del fortalecimiento de la democracia a través de hacerse corresponsables en la atención a los problemas más graves y urgentes que aquejan al país: pobreza, desigualdad, inseguridad, impunidad y la corrupción; así como ser los canales para fomentar, fortalecer y promover la participación ciudadana eficaz en los asuntos públicos, y en caso de ser necesario, servir de diques a las tentaciones autoritarias de quienes llegan al poder en todos los niveles de gobierno, de todos los partidos políticos de donde provengan esos gobernantes y servidores públicos.

Salvar la democracia es tarea continua, pues no podemos dar por sentado que nunca está amenazada o en riesgo de ser erosionada, ejemplos en la historia, a lo largo y ancho del mundo nos señalan que cuando menos se le piensa, un golpe de estado puede suceder o un líder electo democráticamente socavar las instituciones y las libertades.

No importa si es con tanques o con una versión “suave” del desmantelamiento de la democracia, “Nadie nos va a regalar la democracia, la democracia necesita demócratas y demócratas son los que se toman el trabajo de construir los instrumentos e instituciones que favorecen a la democracia“, dijo Carlos Castillo Peraza, periodista, político y pensador humanista mexicano.

Los ciudadanos, la sociedad civil, los partidos políticos y gobiernos, todos somos necesarios para darle viabilidad a quien este año llegó a la mayoría de edad: el México democrático.


– JRM –